El viaje a Iruya era un sueño largamente acariciado durante todas las ocasiones que tuve de viajar a nuestro Noroeste. Por una cosa o por la otra, siempre quedaba de lado. La distancia, el clima, la ansiedad de viajar con niños, hacían de mi sueño una empresa postergada.
Finalmente decidí concretar aquello tan deseado y fije un fin de semana largo para poder hacerlo, sabiendo que no es conveniente ir y volver de Iruya en un mismo día. La distancia, el camino sinuoso, la altura hacen del viaje un bocado a saborear lentamente.
Volamos desde Buenos Aires a Salta y luego de una noche entre empanadas, vino salteño y buenas zambas, partimos tempranísimo hacia la Quebrada de Humahuaca para hacer ese recorrido, que después de mucho repetirlo, siempre resulta distinto,
A media mañana estábamos en Purmamarca recorriendo sus mercados y viendo si podíamos cargar algo en nuestras mochilas, algo que ya no hubiéramos comprado en anteriores viajes. Llegamos a la hora clave para poder tomar las mejores tomas del Cerro de los Siete Colore, que, según dicen las malas lenguas, es alrededor de las 11 de la mañana
Continuamos viaje con la consigna de llegar a Humahuaca para almorzar. Era sábado y no eramos los únicos turistas. A mediodía, puntualmente, llegamos a la Plaza Central de Humahuaca donde se produce la aparición de San Francisco Solano desde la Torre de Palacio Municipal ( ex Cabildo). Humahuaca se encuentra a 3000 msnm y en realidad se hace difícil transitarla a pleno sol y con síntomas de altura. Por eso los lugareños te ofrecerán mascar coca que, en lo personal, no sirvió para mucho, pero para los jujeños es como el pan cotidiano. Se colocan el acullico en un costado de la boca y andan felices por todos lados!!!!
Luego de unas empanadas y unas tortillas salteñas emprendimos el desconocido camino hacia Iruya. La verdad es que todas las versiones que tenia del camino, recogidas de viajes anteriores a la zona, de viajeros a los que leo, de lugareños que agrandan los cuentos para que parezcan ciertamente fantásticos, terminaron siendo un conjunto de mitos que generan una especie de resistencia a adentrarse en esos 50 km interminables de precipicios y curvas Sumado a ello, y no menor, los transportes públicos ofrecidos para la travesía no son, lo que podríamos decir, un placer por su comodidad. Pero si no vas con tu propio transporte debes prepararte para asumir sacudidas, un aire cargado de polvo interminable y la mala suerte de no conseguir ventanilla para poder admirar el panorama.